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NUESTRA SEÑORA DE LA CALÇADA DE BRÍAS, UNA PUERTA ABIERTA AL PARAISO

 “; y, sin darnos cuenta, tras rebasar un pequeño desfiladero fluvial, aparece ante

nuestros ojos el oasis de Brías, como si de un cuadro de Van Gogh se

 tratase, recortado sobre una geografía de grises, marrones

y verdes, como flotando a la sombra de la inmensa

 mole de piedra de la iglesia parroquial”.

El Sur de Soria. Jesús Ávila Granados

No insistiremos en el frío intenso que nos acompañó el día 7 de febrero, cuando visitamos Paones, Brías y Mosarejos, pues ya dimos cuenta de ello en la anterior entrega.

Para ir a Brías, el trayecto por carretera más corto es llegar hasta Berlanga de Duero. Una vez en ésta, y superada la puerta de Aguilera, tomaremos a la derecha la SO-P-4132 hacia Paones, donde nos desviaremos a la derecha para que a través de la SO-P-4135, acompañados por tainas y colmenares en ruinas; encinas, sabinas y pinos de repoblación devastados por la procesionaria, llegar a nuestro destino.

La entrada a la localidad es espectacular, pues, sin querer, se topa el visitante con la visión de ese gran edificio que es la Iglesia de San Juan Bautista, plantado casi en el centro de la nada, pues Brías se acerca, cada vez más, a la nada.

La conquista del territorio de Gormaz se produjo en torno al 1060. Brías quedó sorprendentemente dividida entre dos Comunidades de Villa y Tierra: la de Berlanga y la de Gormaz. El lugar contó con dos collaciones: la de San Juan Bautista y la de la Virgen de la Calçada. La pertenencia a dos villas, sin ser única en Soria, pues también Valdelagua del Cerro perteneció a Soria y a Ágreda, sería el desencadenante de la obtención de unos derechos y deberes para los briaseños, que redactados en un Pergamino en 1547 han llegado hasta nosotros: “Franquezas y libertades del lugar de Bríes”. Por este documento, conservado en el Archivo Histórico Provincial de Soria, sabemos que esos derechos se encontraban vigentes en 1381, y que el lugar los pierde en 1641 por sentencia de la Real Chancillería de Valladolid a favor de la villa de Gormaz, que exigía el pago de determinada cantidad de maravedís para hacer frente a la invasión francesa por Fuenterrabía.

A finales del siglo XVIII, tenía cierta autonomía, con alcalde pedáneo nombrado por el marqués de Berlanga y, según el censo de Floridablanca, albergaba a 216 habitantes. Como casi todas las localidades, alcanzó la categoría de municipio en el siglo XIX, con la caída del Antiguo Régimen, y perdió esta situación al final del siglo XX en el que se integró en Berlanga de Duero. Hoy, en invierno, no son ni diez las personas que duermen en la localidad. En el verano y durante algún festivo la llegada de antiguos moradores alegra sus escasas callejuelas.

Como decíamos anteriormente sorprende sobremanera esa poderosa iglesia del siglo XVII que se levanta en una amplia plaza adornada por una fuente de cuatro caños generosos. La Iglesia barroca se tragó a la románica que ocupaba el lugar, aunque conserva como recuerdo la pila bautismal y la aguabenditera. Sus arquitectos la embellecieron con una esbelta torre coronada con una balaustrada, cobijando en su interior cuatro retablos del maestro vallisoletano Alonso del Manzano. Resulta difícil creer la existencia de una iglesia de tales dimensiones e importancia en una localidad tan pequeña. La respuesta está en el mecenazgo de D. Juan Aparicio y Navarro, nacido en Brías en 1624 y perteneciente a una familia ilustre asentada en estas tierras de Berlanga. Alcanzó a ser obispo de Lugo y de León, y su poder fue suficiente para levantar la iglesia de su pueblo natal, en la que está enterrado, así como el palacio familiar.

Pudimos visitar la iglesia gracias a la generosidad de Carlos Sánchez Capilla, custodio, junto con Ángeles, su mujer, de estos templos, y voluntarios en el programa “Abierto en verano” que nos facilitó la entrada y el gusto por contemplar sus fantásticos retablos. Paseando por el pueblo pudimos llegar a la calle dedicada a nuestro compañero, también hijo de la localidad, Enrique Pascual Oliva.

El encanto del pueblo atrajo a principios del siglo XXI a Elena Lambea y William Graves, este, hijo del afamado escritor británico Robert Graves y residentes en Mallorca. En Brías tienen su casita y algún rincón de reposo y descanso que utilizan en el buen tiempo.

En el viejo camino a Nograles, junto a la fuente de tradición romana y enmascarada entre choperas, encontramos la antigua iglesia de la Virgen de la Calçada. Cuando en el siglo XVIII la imagen románica de la Virgen que albergaba la iglesia fue trasladada a la parroquial de Brías, el inmueble disminuyó su categoría, pasando a ser denominada ermita de la Soledad, y, posteriormente, desde 1822, fue utilizada como cementerio hasta la década de los 60 del pasado siglo. Por último, es una ruina expoliada, pero desde 2013, consolidada.

Se trata de un edifico humilde, típico del rural soriano, de una única nave en la que se levantan los muros con mampostería menuda, en parte enfoscada; con refuerzo de sillares en las esquinas y vanos; cabecera semicircular y portada en el muro sur. Solo la cabecera conserva la cubierta, que desapareció en el resto, quizás al convertirse en cementerio. La nave conserva su cornisa románica, apoyada sobre canecillos de dos nacelas superpuestas, elevándose sobre la cabecera, pues sobre esta se alza, en buena sillería, el piñón de levante, coronado por una gran cruz de brazos curvos.

Al exterior, destaca la portada, ejecutada en un cuerpo adelantado de buena sillería, coronada con una cornisa de bolas. Los muros de los huertos y un césped natural conducen nuestra vista hacia esta pequeña portada que ha sufrido un expolio continuado. Columnas y capiteles han desaparecido, ya nunca veremos las cuatro arpías que vigilantes custodiaban la portada, ni el encestado de Brías. En la parroquial se custodian dos capiteles con decoración vegetal, así como el de la arpía de doble cola que fue devuelto, misteriosamente, después de haberse sustraído. Cinco arquivoltas abocinadas hacia el exterior protegen el arco de ingreso decorado con una cadeneta trenzada. Desde el interior vemos dos arquivoltas con boceles simples, la tercera con óvalos cóncavos de perfil dentado de gran plasticidad; la cuarta se decora con un sogueado y la quinta con un billeteado. El conjunto se protege con una chambrana con decoración de bolas.

Ya hace unos años que el historiador e investigador Josemi Lorenzo Arribas descubrió en la arquivolta exterior unas letras, que, entonces, pensó que pudiera tratarse de una “datatio”, pero que ahora, pasado el tiempo, ha logrado desarrollar una hipótesis novedosa que pronto dará a conocer.

Al traspasar la puerta nos encontramos con algunas cruces con sus inscripciones, y en la jamba occidental este epitafio: “Aquí está enterrado Cipriano Antón. Año 1883”. El solar está parcialmente limpio, Carlos lo adecenta de vez en cuando. La cabecera semicircular se cubre con bóveda de horno, mientras que el presbiterio lo hace con bóveda de cañón apuntada, todo ello parte de una imposta de nacela que recorre toda la cabecera. El arco de gloria apuntado y doblado es muy cerrado, descansando sobre dos semicolumnas con capiteles historiados y basas áticas.

En el capitel del lado del Evangelio vemos en el centro a dos personas que se dan la espalda portando sendas hachas, enfrentado el de la derecha a un caballero y el de la izquierda a un oso bonachón, que Pablo Martínez Lablanca pone en relación con el de San Baudelio de Berlanga. Los ángulos superiores de la cesta se decoran con dos máscaras muy esquemáticas. El capitel del lado de la Epístola se decora en el centro con la Virgen sedente y el Niño sentado sobre sus rodillas en actitud bendiciente, escoltada por dos aves en lucha en el lado oriental, y con una escena juglaresca a poniente; en esta escena vemos a una bailarina que se contonea y un músico que toca una fídula o viola de mano. En los ángulos superiores, se representan dos frutos ovalados. Las basas, muy erosionadas, tuvieron una decoración escultórica, pudiendo distinguirse en la del lado del Evangelio a dos cuadrúpedos enfrentados.

La decoración escultórica de estos capiteles es de una simplicidad extrema, destacando como original los grandes ojos concéntricos de la Virgen y el Niño, algo que ya vimos en las cuatro máscaras que decoran la pila de agua bendita románica que se encuentra en la iglesia de San Juan Bautista.

 

 

 

 

 

En este espacio estuvo la imagen románica de Nuestra Señora de la Calçada, que sería trasladada a su nueva ubicación con anterioridad a 1711, pues en esa fecha se constituye en la ciudad de Astorga su capellanía.

En el ábside se abre una ventanita abocinada hacia el interior, por la que según la tradición oral, un rayo de luz entra al amanecer del día de San Juan iluminando el capitel de la Virgen y el Niño. Desde que la iglesia se abrió al cielo no se puede observar ese “milagro” de la luz. La cabecera se enfoscó y decoró con un falso despiece de pincelado rojo. En el muro del presbiterio, en lugar preeminente, reposan los huesos de Luisa de Aparicio Lizarralde, asesinada en circunstancias extrañas un 9 de diciembre de 1883.

Al abandonar el lugar nos damos cuenta de que encima de la puerta existen tres huecos, que sin duda son tres dujos para colmenas, conservando el del lado de poniente dos barras de hierro en cruz, observando al exterior las piqueras por las que saldrían las abejas.

Nos despedimos del lugar con un sentimiento de tristeza, pues pese a su consolidación, la portada, una joya del románico soriano, se halla mutilada y al parecer sin ninguna intención de que regresen las columnas y capiteles que se encuentran en la parroquial. Pensamos que la vuelta de los originales y una reposición de lo sustraído dignificaría estas ruinas.

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